Los dos elementos que tienen un mayor peso a la hora de marcar un grado de ilusión elevada son las expectativas y las atribuciones
Empecemos mirando la RAE, ésta define la ilusión como una esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo. Es una descripción bastante neutra que a priori parece capaz de ser desarrollada por todos los seres humanos, de hecho parece algo inevitable, pero…¿lo es?
¿De qué depende que nos sintamos o no ilusionados?
Los dos elementos que tienen un mayor peso a la hora de marcar un grado de ilusión elevada son las expectativas y las atribuciones. Para entenderlo mejor imaginemos el siguiente ejemplo: un jugador se dispone a jugar el Main Event de las WSOP, el mayor torneo del año, después de varias horas de juego cae eliminado el día 2 en un inevitable, sin ni siquiera entrar en premios. ¿De qué dependerá que dicho jugador tenga ilusión por intentar dar lo mejor de sí mismo el año que viene en el Main, o al día siguiente en cualquier otro torneo?
La respuesta radica en su personalidad. La clave es la explicación que él da a esa “derrota” y a las expectativas que le genera dicho resultado. Así por ejemplo, si el jugador lo atribuye a factores de carácter permanente (“da igual lo que estudie o cuanto gane, los torneos son un buen trámite y las posibilidades de ganar uno son ínfimas”), generales (“y esto es así para el poker en general, dichosa varianza”) e incontrolables (“además es que el crupier nunca me las tira”), perderá la ilusión de jugar porque se sentirá indefenso ante la situación.
Por el contrario, si el jugador hace atribuciones de carácter temporal (“esto ha ocurrido en este torneo y no tiene por qué ocurrirme en el siguiente, ha sido un cooler sin más, volvería a jugar igual”), específicas (“los torneos es lo que tienen, he jugado bien y estos coolers son parte del juego”) y controlables (“voy a seguir estudiando y echando volumen para no estancarme y evolucionar más, que es lo que verdaderamente depende de mí”), tendrá ilusión por seguir jugando e intentarlo dando lo mejor de sí en el siguiente torneo a pesar de ser consciente de la realidad que rodea esta modalidad, la grandísima varianza.
También la motivación aumenta los niveles de ilusión; de alguna manera es causa y consecuencia a la vez. Ésta puede ser intrínseca, basada en un objetivo personal: por ejemplo, quiero ser un buen jugador de poker porque es algo que me llena y me permite llevar un estilo de vida que me encanta. Sé que es un curro duro pero compensa (como dice la frase: it’s a hard way of making an easy living “una manera dura de de llevar una vida fácil”). Juego torneos siendo consciente de la varianza extrema, pero estoy preparado para gestionar mi suerte cuando ésta llegue, tengo las herramientas necesarias para tener éxito.
La motivación también puede ser extrínseca (basada en las recompensas externas de conseguir el objetivo): por ejemplo, quiero ser un buen jugador porque si todo va bien me forraré y voy a ser siempre mi propio jefe, además a las tías les parece molón cuando dices que eres un poker player y ligaré más.
Es bastante intuitivo que la motivación intrínseca es la más potente a la hora de aumentar nuestro nivel de ilusión, pero en muchas ocasiones la falta de la misma puede suplirse con refuerzos externos.
Determinados rasgos de personalidad como el optimismo o la búsqueda de nuevas sensaciones pueden aumentar nuestro nivel de ilusión, así como también lo hace una historia previa de éxitos personales. En mi caso, no hay torneo en el mundo mundial que me haga más ilusión jugar que el Main de las WSOP y estoy convencida que mi experiencia pasada en el mismo tiene mucho que ver con esto.
Para mí la ilusión es fruto de fluir, de hecho es algo que no puedo evitar, cuando siento ilusión por algo la dejo manar, es buena señal, afortunadamente me ilusiono fácilmente pues a casi cualquier cosa le encuentro su punto, pero ojalá lo sintiera por todo, a cada momento, me gusta la sensación y me hace sentir más viva. Si bien es cierto que un exceso de ilusión en ciertas personas puede resultar arrollador hasta el punto de abrumarlas y no permitirles tomar decisiones óptimas, estos casos son los menos.
Por lo general la ilusión por algo, nunca resta (es más, a muchos les ayuda a realizar dicha tarea más a consciencia porque aumenta la implicación para con el objetivo!) siempre y cuando sepamos gestionar bien la no consecución del objetivo. En mi caso, y como optimista nata, cada chasquito me sirve de lección y logro positivizarlo para intentarlo con más ganas en el siguiente. Así que, bienvenida ilusión!
¿Y tú que opinas al respecto, crees que es buena la ilusión en el póker o en cualquier deporte?